En su más reciente película, La Terra Negra, el cineasta Alberto Morais, explora las huellas de la memoria, la dureza del mundo rural y el amor al prójimo a través de una historia íntima y profundamente humanista. En esta entrevista, el director desvela los orígenes personales del filme, sus referencias artísticas y su visión crítica sobre la actualidad
E.- La película está cargada de emoción y verdad. ¿Qué te motivó a crear La Terra Negra?
A.M.- La película nace de vivencias muy personales. Durante un verano en Asturias, estuve acompañando a una amiga que acababa de tener una hija. Era madre soltera y necesitaba apoyo, así que estuve allí, ayudándola con lo que podía, incluso dándole el biberón a la niña mientras ella se recuperaba de una operación complicada. En ese proceso, pasé bastante tiempo en un antiguo molino industrial, un lugar con una atmósfera muy particular, entre lo nostálgico y lo desolado. Allí conocí historias que me marcaron: una prima suya que trabajaba desde niña levantando sacos, un hombre alcohólico que trabajaba a cambio de cerveza… Todo eso fue calando en mí.
Esas experiencias, junto con mis recuerdos de una generación que creyó que estudiar y hacer las cosas “bien” te daba estabilidad, pero que terminó desengañada, fueron moldeando a los personajes de María y Miguel. Sentí la necesidad de contar su historia, porque era también la historia de muchas personas que conozco, de muchos que viven con heridas invisibles.
E.- ¿Cómo surgió la relación entre María y Miguel, los protagonistas? ¿Qué querías mostrar con ellos?
A.M.- En esencia, son dos outsiders. Dos personas rotas que, pese a sus resistencias, encuentran algo profundamente humano en el otro. María ha huido de su pasado, de una infancia muy dura. Vuelve al pueblo derrotada, casi sin querer vivir. Y Miguel viene de la cárcel, desgastado por la vida, con una serenidad casi mística. Entre ellos no nace un romance convencional, sino una conexión más espiritual, más genuina.
Me inspiré en una idea que siempre me ha acompañado, que viene de Rossellini: el cine, cuando es verdadero, nace del amor al prójimo. Y eso quise transmitir. Miguel, a su manera, es como un Cordero de Dios: alguien que ha sido marginado, que carga con el estigma, pero que es capaz de sacrificarse por el bienestar de la otra. Esa figura redentora, en un mundo donde todo parece estar perdido, me resultaba poderosa.
E.- ¿La película tiene un mensaje concreto que querías compartir con el público?
A.M.- No soy partidario del cine que busca adoctrinar. No hago películas para lanzar un mensaje cerrado, como si fueran panfletos. Pero sí creo que hay una resonancia que permanece: LaTerra Negra habla de la dignificación de los olvidados, de quienes no encajan, de quienes no pueden o no quieren seguir las reglas del sistema.
La historia de María es una búsqueda de liberación. La de Miguel, una redención silenciosa. Ambos representan a esa clase trabajadora que ha sido golpeada por un sistema que yo llamo —como muchos ya— tecno-feudalismo. Vivimos una fase muy individualista del capitalismo, alimentada por las tecnologías, que separa en lugar de unir. Frente a eso, mi película plantea algo tan básico y tan revolucionario como volver a mirar al otro con humanidad.
“La Terra Negra habla de la dignificación de los olvidados, de quienes no encajan, de quienes no pueden o no quieren seguir las reglas del sistema”
E.- ¿Por qué decidiste ambientarla en un entorno rural? ¿Tiene un peso simbólico?
A.M.- No fue una decisión ideológica. Simplemente, esa historia ocurrió allí. Pero es verdad que el campo ofrece un eco más fuerte a las emociones. En una ciudad, puedes desaparecer entre la multitud. Nadie se entera si te va bien o mal. En un pueblo, en cambio, cada paso, cada gesto, tiene consecuencias. Hay más peso emocional, más visibilidad.
Y también me interesaba desmitificar el mundo rural. A menudo se idealiza, se ve como refugio idílico, pero trabajar en el campo puede ser durísimo. Yo quería mostrar esa crudeza, sin filtros, pero también su belleza silenciosa, su capacidad para moldear a las personas.
En la presentación del film en Cinema Jove
E.- El reparto de la película ha sido uno de los puntos fuertes. ¿Cómo fue trabajar con ellos?
A.M.- Una experiencia inolvidable. Sergi López y Andrés Gertrudis no solo son actores inmensos, con más de 50 películas cada uno, sino que se entregaron al proyecto desde el alma. Creyeron en la historia, la hicieron suya. Fueron compañeros de viaje en el sentido más profundo, incluso me ayudaron a nivel casi productivo. Su implicación fue clave para que LaTerra Negra saliera adelante.
Esa complicidad se nota en la pantalla. Hay momentos en los que basta una mirada para que el espectador entienda todo. Esa magia solo la consiguen actores que se comprometen de verdad.
E.- ¿Qué papel le das al cine hoy en día? ¿Todavía puede transformar algo?
A.M.- El cine, como decía Walter Benjamin, tiene algo del relato oral. Antes, las historias pasaban de generación en generación mediante la palabra. El cine puede ser ese puente entre pasado y presente, entre personas que nunca se han visto pero comparten emociones.
Yo defiendo el cine como experiencia colectiva, vista en salas, no en soledad desde un móvil. Pero reconozco que esa batalla está casi perdida. Vivimos una saturación audiovisual enorme, y el cine tiene que resistir como puede. Aun así, cuando una historia toca una fibra real, siempre encuentra su camino.
“Me interesa seguir explorando esas dualidades: pertenencia y desarraigo, silencio y ruido, memoria y presente”
E.- ¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?
A.M.- Sí, aunque todavía no puedo contar demasiado. Solo te diré que se titula Un padre y una hija y es una road movie a pie. Parte de un pueblo valenciano rumbo a la ciudad de Valencia, en busca de la madre. En esta historia sí hay una presencia más marcada del mundo rural y su contraste con la ciudad. Me interesa seguir explorando esas dualidades: pertenencia y desarraigo, silencio y ruido, memoria y presente.
E.- ¿Qué opinas de quienes entregan tierras o recursos a intereses económicos externos?
A.M.- Es una tragedia que se repite. Lo vemos en España, también ha pasado en Argentina, por ejemplo, con lo que está haciendo el presidente Milei en la actualidad. Pero no es algo nuevo. Cuando entramos en la Unión Europea nos dijeron que seríamos la playa de Europa, no una nación industrial. Y así fuimos vendiendo nuestra soberanía poco a poco.
Las grandes corporaciones —BlackRock, Vanguard…— son hoy las verdaderas propietarias de los países. Y eso tiene consecuencias devastadoras para los servicios públicos, para la sanidad, para la vivienda. Y sobre todo, para nuestra dignidad colectiva. Mi cine intenta, aunque sea con humildad, resistir a esa pérdida.